Miraba el esguince que había pintado un hematoma algo extraño –nunca tuve algo similar en mi cuerpo- y mis ojos volaban sobre mi pie, cual par de cóndores que miran alguna presa, pero solo era las ganas de mirar y cuestionarme ese dolor, esa torcedura que no me permitía caminar bien.
Sin embargo, salía por las noches y con un par de copas ya no sentía el dolor. Aunque al día siguiente volvería el dolor con una cuota mayor de intensidad, yo seguía buscando con quien conversar y a la vez ocultar lo debido: aquel saco medio percudido donde se guardan los viejos temores, sonrisas y ardores de las horas que no sé cuántas habré almacenado hasta estos momentos.
Un miércoles por la noche con tragos es como un recreo en medio de la semana. Un viejo amigo con su guitarra espera ser acompañado por una armónica que descompone aquel ritmo, que hasta los gatos saben que la madrugada es para andar por ahí pero no exactamente para escuchar malos músicos.
Ventiladores no gracias. Suficiente frío para una noche de otoño donde los buses pasan escasamente en una avenida desértica con un pampón donde tranquilamente podrían cometerse una serie de delitos.
Charlas de rock and roll, celos de algunos universitarios por sus grupos favoritos, barrigas llenas con una buena comida y agujeros en el corazón como un panal donde ingresan dolores zancudos para servirse de sangre tibia e hincharse hasta quedarse imposibilitados de volar.
El dolor es un estado hermosamente catastrófico donde los ángeles del tiempo vomitan y se retuercen en los rincones del sol, donde la luz es tan grande que los ojos llegan a cerrarse ante tanta inmensidad.
La noche tiene más de boleros, de rock and roll, del folclor de diferentes partes, del folclor propio, del folclor de cada momento en el que cada uno pasa, el silbido o la manera de caminar sin impostación alguna.
Con un cigarrillo que servía de trampolín en mi boca para mi salud, que se lanza al vacío en cada pitada, me interrogo las diferentes maneras en que las personas prefieren vivir haciéndose un gozoso daño.
Cómo pasar por encima de la resaca, de aquel malestar infernal que se forma dentro del cuerpo y pareciera que todo el mundo estuviera a punto de estrellarse contra algún planeta inexistente. Cómo aprender a volar sin saber ponerse en pie.